
En el horizonte, observo miles de luces chispeantes, luciérnagas vibratorias de un balneario que se hace presente. Se comportan como las sombras de una ciudad en luz, la negación misma a quedarse dormida o morir en el intento. Pienso en la brisa brava, la fuerza del océano y como se mueve el mundo, creo, que esto me hace sentir viva. Que mientras tanto, el sonido de las olas, genera un ritmo constante en el ambiente, una danza tenaz que se somete en mis pensamientos y sensaciones. Es el ciclo de lo cotidiano, la energía que absorbe, construye y explota. Donde el modo en que se pierde en la orilla, se asemeja a una lágrima de esperanza y desenfreno, al suspiro de los anhelos, a la soledad que sólo le permite intentarlo, una y otra vez, en reiteradas ocasiones, en una eternidad abismante, casi tan grande como el vacío mismo.
Me siento en la terraza oscura, creo que será una de las últimas veces en que podré encontrar este sentimiento, de paz y nostalgia, de pequeños vestigios y algunos recuerdos. Noto, como el legado de los abuelos se deshace lentamente, se me presentan los sillones ausentes, una mesa desierta y el pequeño estante que construyeron hace varios años, todos testigos de aquella historia, todos mobiliarios silentes, de aquellos momentos de alegrías y tristezas, que convidaron a lo que ahora se encuentra destruido, arruinado y podrido.
Las vigas de madera me hacen perder la perspectiva, no es hacia dentro donde estoy buscando, es hacia el mar el lugar donde me sumerjo, hacia el pálpito constante que me prestan esas olas. Y más allá, me hacen compañía muros sobresalientes y balcones vacantes. Pues miran hacia la eternidad invisible, y no entiendo, no puedo comprender, que todo aquello se haya perdido, que este resabio, se limite a sobrevivir en la memoria, que la materia se transforme y que todo lo que hicieron en vida sólo quede como una anécdota, como un sentimiento que en algunos momentos se me anula por completo.
Es cierto que ya casi no lo ocupábamos, pero sabíamos que estaba allí, que podíamos contar con aquel espacio. Los lugares nos entregan tradición, identidad y arraigo. Y aquí, todo se desvanece como los relojes del pintor Dalí. Sólo habitará una sensación de vacío, que en momentos se hará presente, como las piezas de aquel puzzle que construye la mente humana. De manera que me imagino el viento palpable en el revuelo de tu pelo, me construyo un ideario y un momento compartido, pero no puedo perpetuarte caminando a mi lado, puesto que me es imposible saber, si todo aquello, fue cierto.