
Y yo estaba ahí, sintiendome como un segundo reparto de la película de cine mudo. Las imágenes lo decían todo, las calles desmoronadas entre dolor y desprecio con caca de perro, los muros lamentándose constantemente con cáscaras de abandono, la gente se movía anónima, sin cara, sin expresión alguna. Porque eran máquinas de carne y hueso, gentes sistematizadas y anacrónicas. Y todos éramos un segundo reparto, acompañantes de nada.
El desprecio general se ganaba el protagonismo, el olor inmundo la miseria, la escenografía y yo, nosotros, la música mal compuesta.